Manuel Álvarez Bravo vivió entre los años 1902 y 2002. Destacó por su interesante manera de abordar el trabajo siempre desde el ángulo de lo autóctono y por fotografiar la gente y el paisaje de su país con una maestría nunca antes vistas por las tierras de México, su país natal. Dueño de una formación artística altamente autodidacta, potenciada por una crianza en medio de una familia donde los temas referentes al arte y la cultura tuvieron una especial consideración. Su temprana dedicación a la fotografía no fue extraña para nadie.
En términos teóricos, gustaba de analogar la actividad fotográfica con la del circo. Para él el fotógrafo era capaz de forjar su propio circo con todas las situaciones que lograba capturar con su cámara. Esto le proporcionaba al fotógrafo un sinfín de material para crear su propio mundo estético. La analogía la pensó también bajo la consideración que para lograr montar un espectáculo de circo no se necesitan muchas situaciones, sino que de los elementos precisos, montaje que también era posible ligar al ejercicio del espectáculo del fotógrafo.
Álvarez a pesar de trabajar sobre estéticas e ideas del surrealismo, intentó no abanderarse con los fotógrafos de su época, quienes en general solo daban importancia a la fotografía documental. Él por su parte, se propuso ir más allá, lo cual lo llevó incluso a trabajar en fotografía cinematográfica de muchas películas, entre las que se destaca Que viva México del ruso Sergéi Eisenstein entre los años 1930 y 1931.
Álvarez expuso en New York en 1935 junto a Henry Cartier-Bresson, Walker Evans entre otros. La exposición fue impulsada por Julien Levy quien la llamó “Documentary & Anti-Graphic”. Lo importante de esta muestra es el sentido anti-gráfico y profundamente involucrado con la vida real que se escondía detrás y el cómo se planteaba a sí misma como un medio para mostrar la evolución de los fotógrafos frente a la “nueva visión” propulsada a fines de la década del 20.
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